Érase una vez un monigote dibujado en la pizarra de un colegio abandonado con Ernesto cosido en su bata. Cada medianoche, cuando sonaban las doce campanadas de la iglesia, ¡oh, sorpresa!, Ernesto saltaba de la pizarra, se encajaba una pelota vieja en la cabeza y salía del colegio dando saltos de alegría.
¡Por fin era la hora del patio!
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